Carta a los invasores:
"Desde la llegada masiva de los
invasores europeos en el siglo xvi, particularmente de los agresivos españoles
—o quizá desde antes, cuando, de repente, pueblos cercanos al Cacicazgo de
Funza, Guatavita, Ubaque, Ubaté, Zipaquirá o Fusagasugá asaltaban a sus vecinos para robar sal o mujeres
robustas y sanas, y algo de carne de venado; o, tal vez, desde mucho antes, cuando
grupos y tribus nómadas pasaban con frecuencia, hacia el sur y hacia el norte,
por el territorio que sigue siendo nuestro— la tranquilidad y la paz han sido deseo
y sueño cotidianos de los buenos seres humanos, mayoría de los habitantes, en este
territorio, hoy República de Colombia.
La agresividad, la violencia y la guerra siempre han llegado al territorio
colombiano desde afuera.
Adentro, los habitantes siempre hemos estado en la actitud pacífica de la contemplación, bastante parecida a la de alguien que despierta bruscamente de un sueño y se sorprende ante el magnífico espectáculo real que le ofrece la naturaleza: un paisaje lleno de altas montañas verdes, nevadas y volcánicas, valles de fértiles y caudalosos ríos, sabanas, llanos, mares y playas con un cielo colorado, azul claro, y a veces gris plata, en el que siempre se puede encontrar, sin ninguna dificultad, el resplandor del Padre Sol y, en su ausencia violeta, en la noche, el brillo de la Consorte y Madre Luna, adornados y danzantes a la par de sonidos placenteros que brotan de abajo y de arriba de la tierra, a "quienes” hemos mirado y escuchado, también siempre, con el más profundo amor, admiración, respeto, veneración. Aquí, la flora y la fauna son extraordinarias y exuberantes como para ustedes, invasores, son el petróleo y el oro.
Nada nos invita a la guerra por naturaleza.
La guerra es un invento perverso y dañino de pocos hombres, porque las mujeres
no saben de la guerra sino cuando la padecen. La guerra nos es ajena, extraña,
extranjera.
Colón, a su llegada, traía un Palomo
en su apellido; un palomo que significaba, desde hacía muchos siglos, Paz; pero traía
también una espada en su mano y muchas manos con espadas invasoras, de descubridores, conquistadores, agresores. Y Bolivar cabalgaba desde la
entrada de Caracas en otro Palomo y con espada en mano. Ellos y otros nos
enseñaron el arte de la guerra.
No conocíamos las armas; no habíamos
inventado armas. Teníamos herramientas de caza y pesca como inventos ingeniosos
para alcanzar algo que comer y responder así al apremiante hambre natural, pero nosotros no nos saciábamos con guerras y hurtos. No habíamos
inventado ninguna arma, ni siquiera para defendernos de quienes nos atacaban
con sus armas inventadas para la agresión y la guerra. No fuimos ni somos una nación
para la guerra. No supimos de la guerra sino cuando los extranjeros la trajeron y nos la
hicieron. Nosotros éramos y somos una nación pacífica.
Con lo que encontramos a mano, nos hemos defendido y defendemos de quienes nos traen y nos hacen la violencia y la guerra, pero no inventamos armas; las armas las inventaron y las inventan los extranjeros. Todos mis antepasados me han hablado de la guerra que nos trajeron algunos extranjeros. Mi generación y todas las anteriores extrañamos la paz que nos quitaron, que perdimos por defendernos, solamente por defendernos.
Nosotros hemos querido y queremos que nos dejen en paz; en la tranquilidad que teníamos antes de la llegada de las carabelas, las corazas, los caballos y las armas, cuando estábamos desnudos y con las manos limpias de sangre. En nuestros cuerpos solo había sudor de amor y de trabajo, en nuestras manos solo había la humedad del agua y el color de la tierra, y en nuestras cabezas plumas y flores; no teniamos ninguna idea agresiva ni de guerra. Aquí en esta tierra, que hoy es tierra de Colombia, no hubo muertes por guerras sino hasta cuando los invasores extranjeros quisieron adueñarse de nuestras riquezas, de nuestras mujeres, de nuestros hijos y de nuestro territorio. Al principio vinieron para quitarnos los bienes naturales, luego llegaron para llevarse los frutos de los cultivos, las cosechas; nos hicieron esclavos, nos obligaron a trabajar en nuestras propias tierras, nos quitaron nuestras mujeres, las convirtieron en esclavas, concubinas y sirvientas, nos quitaron nuestros hijos, los hicieron sus esclavos, a todos nos sometieron, nos dominaron, nos subyugaron porque nosotros no sabíamos hacer la guerra. Pero aprendimos pronto a hacerla y ahora parece que no podemos olvidarnos de ella. Y ya no sabemos hasta qué extremo vamos a llevarla, hasta donde podemos llegar en la maldad de esta guerra. Por esto, la paz es un deseo, un sueño de quienes nunca hemos hecho la guerra pero nos hemos visto atacados con su agresividad como fieras en alguna de sus guerras. No nos gustan sus guerras. Déjemonos en Paz. Recuerden que ustedes morirán algún día y es mejor morir en paz que en la guerra. Alguien me dijo que está escrito en alguna parte: 'bienaventurados los mansos porque ellos heredaran la tierra'. Mientras tanto, que a ustedes no se les vaya a ocurrir otra vez hacernos la guerra, porque entonces, contestaremos sin responsabilidad, temor ni miedo por nuestros actos, aún a sabiendas que somos humanos y no animales, como ustedes, que hacen la guerra. Mi madre me enseño que es mejor prevenir que curar, y yo los estoy previniendo, porque en caso de una nueva agresión o de guerra de su parte, no habrá cura en su muerte; de esto nos encargamos nosotros, todo el pueblo organizado, el pueblo de los buenos que nos transformamos en perversos y malos obligados por ustedes, los provocadores de agresiones y guerras. Ni un paso atrás, siempre adelante y lo que fuera menester sea”.